LA CURACIÓN DESDE LA PERSPECTIVA DE EDWARD BACH. (VII)

Obras completas del Doctor Edward Bach.


CÚRESE USTED MISMO

(Publicado por C.W.Daniel Co., 1931)

Una explicación de la causa real y de la curación de la enfermedad.

Capítulo siete

Y ahora llegamos al problema crucial: ¿Cómo podemos auxiliarnos?, ¿Cómo mantener a nuestra mente y nuestro cuerpo en ese estado de armonía que dificulte o imposibilite el ataque de la enfermedad?, pues es seguro que la personalidad sin conflictos es inmune a la enfermedad.

En primer lugar, consideremos la mente. Ya hemos discutido extensamente la necesidad de buscar en nuestro interior los defectos que poseemos y que nos hacen actuar contra la unidad y en desarmonía con los dictados del alma, y de eliminar esos defectos desarrollando las virtudes opuestas. Esto puede hacerse siguiendo las directrices antes indicadas, y un honesto autoexamen que nos descubrirá la naturaleza de nuestros errores. Nuestros consejeros espirituales, médicos de verdad e íntimos amigos podrán ayudarnos a conseguir un fiel retrato de nosotros mismos, pero el método perfecto de aprender es el pensamiento sereno y la meditación, y ubicarnos en un ambiente de paz y sosiego en el que las almas puedan hablarnos a través de la conciencia y la intuición, y guiarnos según sus deseos.

Sólo con que podamos un rato todos los días, perfectamente solos y en un lugar tranquilo,  si es posible libre de interrupciones y simplemente sentarnos o tumbarnos tranquilamente, con la mente en blanco o bien pensando sosegadamente en  nuestra obra en la vida, veremos después de un tiempo que esos momentos nos ayudan mucho y que en ellos se nos suministran destellos de conocimiento y consejo. Vemos que se responde infaliblemente a los difíciles problemas de la vida, y somos capaces de elegir confiadamente la senda correcta. En esos momentos tenemos que alimentar en nuestro corazón un sincero deseo de servir a la humanidad y trabajar de acuerdo a los dictados de nuestra alma.

Recordemos que cuando se descubre el defecto, el remedio no consiste en combatir con grandes dosis de voluntad y energía para suprimirlo, sino en desarrollar firmemente la virtud contraria, y así, automáticamente, se borrará de nuestra naturaleza todo rastro de lo indeseable. Éste es el verdadero método natural de progresar y de conquistar al mal, mucho más fácil y efectivo que la lucha contra un defecto en particular. Combatir un defecto hace aumentar el poder de éste al mantener la atención centrada en su presencia, y desencadena una verdadera batalla; el mayor éxito que cabe esperar en este caso es vencerlo y suprimirlo, lo cual es poco satisfactorio, ya que el enemigo permanece dentro de nosotros mismos y en un momento de debilidad puede resurgir con renovados bríos. Olvidar el error y luchar  para desarrollar la virtud que haga imposible al anterior, ésa es la verdadera victoria.

Por ejemplo, si existe crueldad en nuestra naturaleza, podemos repetirnos continuamente: <no seré cruel>, y así evitar un error en esa dirección; pero el éxito de este caso depende de la fortaleza de la mente, y si ésta se debilita por un momento, podemos olvidar nuestra resolución.  Pero deberíamos por otra parte, desarrollar una verdadera compasión por nuestros semejantes, cualidad ésta que hará a la crueldad imposible de una vez por todas, pues evitaríamos el acto cruel  con horror  gracias al compañerismo. En este caso no hay supresión, ni enemigo oculto que aparezca en cuanto bajamos la guardia, pues nuestra compasión  habrá erradicado por completo de nuestra naturaleza la posibilidad de cualquier acto que pudiera dañar a los demás.

Como hemos visto antes, la naturaleza de nuestras enfermedades físicas nos ayudará materialmente al señalar qué desarmonía mental es la causa básica de su origen; y otro gran factor de éxito es que sintamos un gusto por la vida, y consideremos a la existencia no meramente un deber que hay que cumplir con la mayor paciencia posible, sino que desarrollemos un verdadero gozo por la aventura que significa nuestro paso por este mundo.

Quizá una de las mayores tragedias del materialismo es el desarrollo del aburrimiento y la pérdida de la auténtica felicidad interior; enseña a la gente a buscar el contento y la compensación a los padecimientos en las alegrías y placeres terrenales, y éstos sólo pueden proporcionar un olvido temporal de nuestras dificultades. Una vez que empezamos a buscar compensación a  nuestras tribulaciones en las bromas de un bufón a sueldo, entramos en un círculo vicioso. La diversión, los entretenimientos, y las frivolidades son buenos para todos, pero no cuando dependemos de ellos persistentemente para olvidar nuestros problemas. Las diversiones mundanales de cualquier clase tienen que ir aumentando de intensidad  para ser eficaces,  y lo que ayer nos atraía mañana nos aburrirá. Así seguimos buscando otras y mayores excitaciones hasta que nos saciamos y ya no obtenemos alivio en esa dirección. De una forma u otra, la dependencia de las diversiones mundanales nos convierte a todos en faustos, y aunque no lo advirtamos plenamente en nuestro yo consciente, la vida se convierte en poco más que un deber paciente, y todo su auténtico gusto y alegría, que debería ser la herencia de todo niño y mantenerse a lo largo de la vida hasta la hora postrera, se nos escapa. Hoy en día se alcanza el estado extremo en los esfuerzos científicos por obtener el rejuvenecimiento, por prolongar la vida natural, (…).

El estado de aburrimiento es el responsable de que admitamos en nuestro ser una incidencia de la  enfermedad mucho mayor de la normal,  y como éste suele surgir muy pronto en la vida, las enfermedades asociadas a él tienden a aparecer a una edad cada vez más temprana. Esta circunstancia no se dará si conocemos la verdad de nuestra divinidad, nuestra misión en el mundo, y por tanto si contamos con la alegría de obtener experiencia y de ayudar a los demás.

El antídoto contra el aburrimiento es interesarse activa y vivamente por todo cuanto nos rodea, estudiar la vida durante todo el día, aprender de nuestros semejantes y de los avatares de la vida, y ver la verdad que subyace en todas las cosas, perdernos en el arte de adquirir conocimientos y experiencia, y aprovechar las oportunidades de utilizar esta experiencia a favor de un compañero de ruta.  Así cada  momento de nuestro trabajo y de nuestro ocio nos traerá el celo por aprender, un deseo de experimentar cosas reales, con aventuras reales y hechos que valgan la pena, y conforme desarrollemos esa facultad, veremos que recuperamos el poder de obtener alegría de los más pequeños incidentes, y circunstancias que hasta entonces nos parecían mediocres y de aburrida monotonía serán motivo de investigación y aventura. Son las cosas más sencillas de la vida – las cosas sencillas porque están más cerca de la gran verdad – las que nos proporcionarán un placer más real.

La renuncia, la resignación, que nos convierte simplemente en un pasajero distraído del viaje por la vida, abre la puerta a indecibles influencias adversas que nunca habrían tenido oportunidad de lograr ingresar si la existencia cotidiana se viviera con alegría y espíritu de aventura. Cualquiera que sea nuestra estación, trabajador en la ciudad, o solitario pastor en las colinas, tratemos de convertir la monotonía en interés, el aburrido deber en alegre oportunidad para experimentar, y la vida cotidiana en un intenso estudio de la humanidad y de las grandes leyes fundamentales del universo. En todo lugar hay amplias oportunidades de observar las leyes de la creación, tanto en las montañas como en los valles o entre nuestros hermanos los hombres. Primero de todo, convirtamos la vida en una aventura de absorbente interés en la que el aburrimiento ya no sea posible, y con el conocimiento así logrado busquemos armonizar nuestras alma y mente con la gran unidad de la creación de Dios.

Otra ayuda fundamental puede ser para nosotros desechar el miedo. El miedo en realidad no tiene lugar en el reino humano, puesto que nuestra divinidad interior, que es nosotros, es inconquistable e inmortal, y si sólo nos diéramos cuenta de ello, nosotros, como hijos de Dios, no tendríamos nada que temer.

En las épocas materialistas el miedo aumenta naturalmente con las posiciones terrenales (ya sea del cuerpo mismo o riquezas externas), puesto que si tales cosas son nuestro mundo, al ser pasajeras, tan difíciles de obtener y tan imposibles de conservar, excepto lo que dura un suspiro, provocan en nosotros la más absoluta ansiedad, no sea que perdamos la oportunidad de conseguirlas mientras podamos, y necesariamente hemos de vivir en un estado constante de miedo, consciente o subconsciente, puesto que en nuestro fuero interno sabemos que en cualquier momento nos pueden arrebatar esas posesiones y que sólo podemos conservarlas un breve momento en la vida.

En esta era, el miedo a la enfermedad ha aumentado hasta convertirse en un gran poder dañino, puesto que abre las puertas alas codas que tememos, y asi éstas llegan más fácilmente. Ese miedo es en realidad un interés egoísta, pues cuando estamos seriamente absortos en el bienestar de los demás, no tenemos tiempo de sentir aprensión por nuestras enfermedades personales.

El miedo desempeña hoy una importante labor en la intensificación de la enfermedad, y la ciencia moderna ha aumentado el reinado del terror al dar a conocer al público sus descubrimientos que no son más que verdades a medias. El conocimiento de las bacterias y de los distintos gérmenes asociados con la enfermedad ha causado estragos en las mentes de decenas de miles de personas y, debido al pánico que les ha provocado, les hace más susceptibles al ataque. Mientras las formas de vida inferiores, como las bacterias, pueden desempeñar un papel, o estar asociadas a la enfermedad física, no constituyen en absoluto todo el problema como se puede demostrar científicamente o con ejemplos de la vida cotidiana. Hay un factor que la ciencia es incapaz de explicar en el terreno físico, y es por que algunas personas se ven afectadas por la enfermedad mientras otras no, aunque ambas estén expuestas a la misma posibilidad de infección.

El materialismo se olvida de que  hay un factor por encima del plano físico que en el transcurso de la vida protege o expone a cualquier individuo ante la enfermedad, de cualquier naturaleza que sea. El miedo, con su efecto deprimente sobre nuestra mentalidad, que causa desarmonía en nuestros cuerpos físicos y energéticos, prepara el camino a la invasión, y si las bacterias y las causas físicas fueran las que única e indudablemente provocaran la enfermedad,  entonces, desde luego, el miedo estaría justificado.

Pero cuando nos damos cuenta de que en las peores epidemias sólo se ven atacados algunos de los que están expuestos a la infección y de que, como hemos visto, la causa real de la enfermedad se encuentra en nuestra personalidad y cae dentro de nuestro control, entonces tenemos razones para desechar el miedo, sabiendo que el remedio está en nosotros mismos,  podremos decir que el miedo a los agentes físicos como únicos causantes de la enfermedad debe desaparecer de nuestras mentes, ya que esa ansiedad nos vuelve vulnerables, y si tratamos de llevar la armonía a nuestra personalidad, no tenemos que anticipar la enfermedad lo mismo que no debemos temer que nos caiga un rayo o que nos aplaste el fragmento de un meteorito.

Ahora consideremos el cuerpo físico. No debemos olvidar en ningún momento que es la morada terrenal del alma, en la que habitamos una breve temporada para poder entrar en contacto con el mundo y así adquirir experiencia y conocimiento. Sin llegar a identificarnos demasiado con nuestro cuerpo, debemos tratarlo con respeto y cuidado para que se mantenga sano y dure más tiempo, a fin de que podamos realizar nuestra labor. En ningún momento debemos sentir excesiva preocupación o ansiedad por él, sino que tenemos que aprender a tener la menor conciencia posible de su existencia, utilizándolo como vehículo de nuestra alma y mente y como servidor de nuestra voluntad.

La limpieza interna y externa es de gran importancia. Para la limpieza externa, nosotros los occidentales utilizamos agua excesivamente caliente; ésta abre los poros y permite la admisión de suciedad. Además, la excesiva utilización del jabón vuelve pegajosa la piel. El agua fresca o tibia, en forma de ducha o baño renovado, es el método más natural y mantiene el cuerpo más sano; sólo se requiere la cantidad de jabón necesaria para quitar la suciedad evidente, y luego enjuagarlo con agua fresca.

La limpieza interna depende de la alimentación, y deberíamos elegir alimentos limpios y completos, lo más frescos posible, principalmente frutas naturales, vegetales y frutos secos.

Desde luego habría que evitar la carne animal; primero porque provoca en el cuerpo veneno  físico; segundo, porque estimula un apetito excesivo; y tercero, porque implica crueldad con el mundo animal.

Debe tomarse mucho líquido para limpiar el cuerpo, como agua y vinos naturales y productos derivados directamente del almacén de la naturaleza, evitando las bebidas destiladas, más artificiales.

El sueño no debe ser excesivo, (…). El viejo dicho inglés <Cuando llega la hora de darse la vuelta, llega la hora de levantarse>.

Las ropas deberán ser ligeras, tan ligeras como permita el calor que den; deben permitir que el aire llegue hasta el cuerpo, y siempre que sea posible hay que exponer la piel a la luz del sol y el aire fresco. Los baños de agua y sol son grandes dadores de salud y vitalidad.

En todo hay que estimular la alegría, y no debemos permitir que nos opriman la duda y la depresión, sino que debemos recordar que eso no es propio de nosotros, pues nuestras alma sólo conocen la dicha y la felicidad.

         * * *

Queridos Lectores:

Después de varios meses, retomo Las Obras completas de  Bach en este penúltimo capítulo de «Cúrese usted mismo».

Esta vez, Bach centra el texto en cómo cuidar nuestra mente y nuestro cuerpo para acercarnos a la armonía esencial que tanto anhelamos. Lejos de plantearnos grandes cambios  o acciones complejas, nos invita a tomar la responsabilidad de nuestra salud desde los principios más básicos del autocuidado. Nos remite de nuevo a la sencillez; el pilar de su obra.

En el libro «El arte de la felicidad» el Dalai Lama nos invita a meditar sobre la naturaleza de la mente y dice al respecto de la meditación:

         «Nos ayuda a detener deliberadamente los pensamientos y a permanecer gradualmente en ese estado durante un   tiempo cada vez más prolongado. Cuando se domina este ejercicio se llega a tener la sensación de que no hay nada, sólo vacío. Pero si se profundiza más, se empieza a reconocer la  naturaleza fundamental de la mente, sus cualidades de <claridad> y de <conocimiento>. Es como un vaso de cristal puro lleno de agua. Si el agua también es pura, se puede ver el fondo del vaso, aun sabiendo que el agua está ahí».

Dedicar  una parte de nuestro tiempo, con constancia,  a estar en soledad,  quietud y silencio interior fomenta una actitud de vida consciente, conectada. 

Respecto al cuidado del cuerpo, Bach nos habla de los pilares básicos de la salud que contemplan la medicina y la enfermería naturista clásica: alimentación vegetariana,  hidroterapia, helioterapia,  actividad  física, descanso reparador, contacto con la naturaleza, relaciones personales que generen  plenitud y una actitud de vida despierta, consciente, comprometida y respetuosa.

Cuerpo y mente son Uno. De la  higiene del cuerpo depende la higiene de la mente, y viceversa;  se nutren mutuamente. El equilibrio cuerpo mente nos acerca a una vida respetuosa con nosotros mismos, coherente y en armonía con nuestro yo superior.

<Det tots els Colors>: Elena Lorente Guerrero.


5 respuestas a “LA CURACIÓN DESDE LA PERSPECTIVA DE EDWARD BACH. (VII)

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